–Para terminar, como dijo el
eminente historiador Claudio Sánchez Albornoz, poco importa de quién sean los
huesos que están en esa tumba. Lo verdaderamente importante es que el Camino
hizo Europa. Doy las gracias por la atención a todos los presentes, os pido
disculpas si os he aburrido y reitero mi agradecimiento a la Asociación de
Amigos del Camino de Santiago en Navarra por el honor de invitarme. Es siempre
un placer venir a la ciudad natal de mi padre.
Cuando pronuncié estas palabras, los
asistentes que abarrotaban la sala de conferencias del palacio del Condestable,
en la que acababa de realizar la presentación de un libro mío sobre historia y
leyendas del Camino de Santiago, aplaudieron calurosamente mi intervención. La
mayor parte del público estaba formado por peregrinos, como delataban sus
camisetas holgadas y sus chancletas, necesarias para refrescar los pies
cansados tras haber recorrido varios kilómetros.
Cuando pararon los aplausos,
mi buen amigo David, miembro de la Asociación de Amigos del Camino de Navarra,
al que, pese a no ser directivo, le habían encomendado presentarme por nuestra
amistad personal, encendió el micrófono y, mirando primero a mí y luego al
auditorio, dijo:
–El honor es nuestro. A
continuación, disponemos de algunos minutos para hacer algunas preguntas a
nuestro invitado que, además de profesor de historia, es peregrino y dentro de
pocos días va a iniciar su tercer Camino. ¿Alguien quiere realizar alguna
pregunta?
Dos de los presentes
levantaron la mano. David otorgó la palabra en
primer lugar a una joven peregrina de unos 25 años.
–Doctor. Ha dicho que no
tiene importancia, pero, como historiador, ¿cree usted realmente que en la
tumba que hay en Santiago está enterrado el apóstol?
–¡Muchas gracias por la
pregunta! En primer lugar, pido que se me llame por mi nombre y se me tutee por
dos motivos. Primero, porque soy joven: tengo 27 años y algunos meses.
–Más de doce –me interrumpió
David, provocando algunas risas en parte del público.
–El segundo motivo es que,
como ha dicho mi indiscreto anfitrión, soy peregrino y, entre los peregrinos,
nos solemos tutear. Respondiendo a tu pregunta, no lo creo. Según Hechos de los
Apóstoles, Santiago murió decapitado en Jerusalén entre el año 41 y el 43 de
nuestra era. Es muy inverosímil que se trasladase su cuerpo a Hispania para ser
enterrado. Además, las fuentes que hablan de ello son medievales, como he dicho
en mi charla. Lo más lógico es que fuese enterrado en Jerusalén, pero, como
también he dicho, eso no quita ningún sentido a la peregrinación.
A continuación, un hombre de
mediana edad dijo:
–¡Buenas tardes! Quizás sea
una pregunta tonta o impertinente, pero he escuchado que quien está realmente
enterrado en Compostela es un hereje, aunque no recuerdo ahora su nombre.
¿Crees que es verosímil o puede ser uno de tantos bulos que corren?
–¡Muchas gracias! El hombre
cuyo nombre no recuerdas se llama Prisciliano. No es una pregunta tonta. Yo
diría que es casi imposible. Prisciliano fue decapitado en Alemania a finales
del s. IV. Hay una tradición muy fuerte de que sus adeptos trasladaron sus
restos a Galicia, en donde siguió teniendo muchos seguidores, pero no hay
documentos que hablen acerca de la localización exacta de su tumba. Además, en
Galicia tenía que haber mucha gente enterrada. Creo que lo más prudente es
pensar que los tres que están enterrados son gente anónima.
Tras unos segundos de
silencio, cuando parecía que no iba a haber más preguntas, levantó la mano el
mismo hombre que había preguntado por Prisciliano y dijo:
–¿Es posible que el apóstol
Santiago viajase a Hispania o solo es una leyenda?
–Es casi imposible. Cuando lo
decapitaron, habían pasado unos diez años desde la muerte de Jesús y, además,
él era uno de los líderes de esa pequeña comunidad cristiana. Lo lógico es
pensar que esos diez años estuvo predicando en Jerusalén o en sus cercanías.
Sin embargo, sí viajo muy probablemente a Hispania Pablo de Tarso, aunque eso
es otra historia.
–Ahí hay una joven que ha
levantado la mano –dijo David.
–No sé si mi pregunta es
impertinente, porque no es sobre la historia del Camino. He empezado a
peregrinar en Roncesvalles porque quería hacer el Camino completo, pero algunos
me han dicho que tenía que haber empezado en Saint Jean Pied de Port. ¿Dónde
hay que empezar para hacer el camino completo?
–Muy sencillo. ¿De dónde
eres? –le pregunté.
–De Cebreros, un pueblo de la
provincia de Ávila.
–Pues, para hacer el Camino completo,
tendrías que haber salido de tu pueblo en dirección a Ávila capital por el
Camino del Sureste-Levante y seguir hasta la Vía de la Plata. En Medina del
Campo tendrías que elegir si tomas la Plata en Benavente o en Zamora. El Camino
completo no empieza en Roncesvalles ni en Saint Jean, sino en casa de uno, que
es lo que hacían los peregrinos en la Edad Media. Las dos veces que yo he hecho
el Camino lo he empezado desde mi casa de Vitoria.
–¿Y pasa por Vitoria el
Camino de Santiago? –siguió preguntando aquella joven.
–Sí, está en el Camino Vasco
del Interior, que une Irún con el Camino Francés. Tiene dos variantes: una
empalma con Santo Domingo de la Calzada pasando por Haro y, la otra, se une con
el Camino Francés en Burgos, después de pasar por Miranda y Briviesca. Las dos
son muy recomendables. Te diré algo más: ese Camino es más antiguo que el Camino
Francés, pues se usaba mucho cuando La Rioja estaba bajo dominio musulmán.
Durante unos minutos, algunos
del público me hicieron preguntas sobre Santiago y sobre el Camino. Mi maestro,
autor de un libro titulado El arte de dar
clases, me inculcó que no es bueno que una conferencia dure más de 40 o 50
minutos, así que me detuve a los 45 minutos para evitar que el público se
cansase y dejase de mantener la atención, lo que permitió que pudiesen hacer
preguntas sin que los peregrinos, que suelen cenar entre las ocho y las nueve
de la tarde para acostarse hacia las diez, tuviesen que mirar el reloj pensando
en fugarse.
Cuando cesaron las preguntas,
dediqué unos minutos a firmar ejemplares de mi libro y, al vaciarse la sala, me
despedí cordialmente de mi amigo David. Al llegar al vestíbulo del palacio del
Condestable, un edificio renacentista del siglo XVI ubicado en la calle Mayor
de Pamplona, saqué mi teléfono móvil para enviar un mensaje. Sin embargo, antes
de que pudiese escribir, me abordó una mujer diciéndome:
–Disculpe, doctor. He
disfrutado mucho con su conferencia. Quería felicitarle.
Se trataba de una joven de
unos treinta años, de pelo castaño, media melena, más bien alta, delgada y
guapa. Me alegró escuchar que le hubiese gustado mi intervención, aunque, al
parecer, no lo suficiente como para decidirse a comprar mi libro.
–Muchas gracias, aunque te
pido que me llames por mi nombre y me tutees, seas o no peregrina.
–No lo soy, al menos todavía.
¿Tienes unos minutos para acompañarme?
Antes de que pudiese decir
nada, sacó una cartera y me mostró una placa. Viendo mi lógica cara de
sorpresa, me dijo:
–Tranquilo, no estás
detenido. Me llamo Amaia Izquierdo y soy policía local. Quería robarte unos
minutos para pedirte ayuda como experto, si no tienes inconveniente. Es un
asunto muy grave.
Sin salir de mi asombro, no
me negué. Tras seguirla en silencio durante unos cinco minutos, me pidió que
montase en su Renault Laguna y me llevó al
garaje de un edificio en las afueras de Pamplona. Montamos en el ascensor y me
llevó a un segundo piso. Llamó al timbre y nos abrió la puerta un joven de,
aproximadamente, su misma edad, sentado en una silla de ruedas. Era moreno, de
pelo corto y fornido. Al verme me tendió su mano derecha diciéndome:
–¡Doctor Esnaola, supongo!
Perdone que no me levante.
–Te presento a Pedro, mi
marido –me dijo Amaia Izquierdo antes de que yo pudiese responderle.
Dirigiéndose a su pareja, le dijo–: Sí, es él. Y parece que no le gusta que le
traten de usted.
Después, me hicieron pasar a
un espacioso salón y se me invitó a sentarme en el sofá. Frente a mí, tenía un
mueble con televisor, algunos libros y una foto de su boda, en la que ambos
aparecían de pie. Parecía evidente que no debía llevar mucho tiempo usando la
silla de ruedas.
–¿Quieres tomar algo?
–¡No, gracias! Tu mujer me ha
dicho que necesitáis mi ayuda y que no estoy detenido. ¿En qué puedo ayudaros?
–Es un asunto complicado y
difícil de creer. Aunque soy psicóloga además de policía, entendería que
pienses que estamos locos. Nos ha recomendado que acudamos a ti su madre. Os
conocisteis haciendo el Camino. Se llama Olga.
Me enseñó una foto en la que
aparecían ambos con una mujer morena y de mediana estatura que no me costó
reconocer. Era una mujer muy guapa para su edad y, viéndola, uno pensaría que
su hijo tendría que ser más joven.
–¡Claro que la recuerdo! Fue el
pasado verano. Estaba en muy buena forma y sabía mucho sobre el Camino, que lo
había hecho más de veinte veces –Mirando a Pedro le dije–: Estaba muy orgullosa
de ti. Le di mi tarjeta de visita confiando en que contactaríamos por correo
electrónico o por Facebook, pero no he vuelto a tener contacto con ella.
–Lo sabemos –siguió diciendo
Amaia–, pero nunca tiró tu tarjeta. Ahora ha desaparecido. Por eso necesitamos
tu ayuda.
–¿Desaparecido? –pregunté en
tono alarmado.
–Así es. Y creemos que puedes
contribuir a que mi madre aparezca.
–¿Y cómo? Soy profesor, no detective. Que una policía me pida
ayuda para encontrar a una persona desaparecida a la que apenas conozco me
parece kafkiano.
–No es eso. Ya te hemos dicho
que es complicado y que puede parecer una locura. Verás. Hace una semana mi
madre nos dijo que iba a tomarse unas breves vacaciones y, dos días después de
irse, encontré en el buzón un sobre sin sellar a mi nombre. Lo abrí y dentro
había un dibujo en un trozo de pergamino, un DVD y un colgante con un
crucifijo. Lo mejor será que lo veamos. Tienes derecho a pensar que somos una
familia de locos, pero queremos al menos que no digas nada a nadie de lo que
vas a ver.
–Tienes mi palabra. Prometo
no decir nada a nadie.
Pedro encendió el DVD y puso
un vídeo en el que salía Olga hablando. Sus primeras palabras eran:
–Hola Pedro. Estás viendo este vídeo porque he desaparecido
voluntariamente. Estoy bien y espero volver a verte pronto. No te lo he dicho
antes porque debía mantener un secreto que ha llegado el momento de desvelarte.
Hace tiempo que tienes interés por los templarios.
Sobre ellos se han escrito muchas tonterías, pero hay algo que sí es cierto:
disponían de grandes riquezas y, lo que es más importante, descubrieron un
conjunto de documentos cuya importancia puede ser superior a la de los famosos
manuscritos del Mar Muerto.
En contra de lo que dicen algunos, su detención y
proceso no tuvo nada de misterioso. Fue cosa del rey de Francia Felipe IV el
Hermoso, que lo hizo para apoderarse de su tesoro. Lo único que extraña a los
historiadores es que no sospechasen nada del complot que había contra ellos,
pero eso no es del todo exacto. Uno de sus comendadores tuvo sospechas por el
ambiente que se estaba creando en su contra, pero sus superiores no lo tomaron
en serio, así que, por su cuenta, se las ingenió para poner a salvo los documentos
secretos y, quizás, parte de las riquezas, en un lugar del Camino de Santiago y,
como no tenía hijos por ser monje, comunicó el secreto a su hermano, que no
formaba parte de la Orden del Temple.
Ese caballero
realizó un documento, tal vez un mapa, diciendo dónde se encuentra ese tesoro
de documentos y, quizás, también de oro. No quiso decir a nadie el lugar en el
que lo escondió. Lo que hizo fue crear varios enigmas para resolver y, como los
templarios se dedicaban a custodiar peregrinos, decidió repartirlos en el
Camino de Santiago, de modo que uno llevase a otro. De esta forma, no se puede
acceder al documento sin haber encontrado y descifrado otros enigmas.
Después, reclutó a personas de su confianza y creó una
sociedad secreta que llamó La Fraternidad del Camino, convirtiéndose en su gran
maestre. Cada miembro de esa sociedad debía buscar un sucesor para cuando
llegase su fallecimiento, para así perpetuar la existencia de ese secreto, que
debía ser desvelado cuando se considerase que la humanidad estaba preparada
para ello o cuando la sociedad estuviese en peligro.
Como habrás adivinado, formo parte de La Fraternidad y
tengo que decirte que ha llegado el momento de acceder a ese tesoro. En este
sobre te he dejado el primer enigma que debes resolver.
Pedro paró el vídeo y dijo:
–La primera clave debe ser
este trozo de pergamino que venía con el DVD. Luego te lo enseño. Tenemos que
continuar con la explicación.
–Disculpa que te interrumpa. ¿Me
estáis diciendo que, para encontraros tu madre y tú, tienes que realizar una
especie de juego de la oca, yendo de casilla a casilla?
–Así es. Ahora se explica
cómo funciona la Fraternidad. Lo he visto varias veces –Tendiéndome el mando a
distancia añadió–: Si quieres hacer alguna pregunta o comentar algo, puedes
parar la reproducción.
El gran maestre que creó de la Fraternidad eligió a
personas que no se conocían entre sí, de modo que solo él conocía a todos sus
miembros. Cada uno de ellos, debía comunicar al gran maestre quién iba a ser su
sucesor en la sociedad, de modo que pudiese mantenerse esta estructura
piramidal en el futuro.
–¡Interesante! –dije dando al
botón de pausa–. Esto me suena de algo, pero ahora no consigo recordar de qué
se trata. De todas formas, imagino que habrá alguna forma de reconocerse en
caso de que sea necesario. ¿Me equivoco?
–No, no te equivocas. Esto es
lo que viene a continuación.
Para conocernos, llevamos un colgante como el que tienes
en el sobre que te he enviado. Es un crucifijo algo atípico, en forma de Y
griega. Como no es imposible que alguien ajeno a La Fraternidad lleve un
crucifijo similar, utilizamos también una contraseña para reconocernos. Al
final del vídeo te digo cuál es.
Cada miembro de La Fraternidad se encarga de custodiar
una clave, debiendo acudir una vez al año a comprobar que se encuentra en su escondite.
Se ha decidido que el secreto debe desvelarse entre el
25 de julio y el 15 de agosto de este año. Debes estar en Santiago por esas
fechas con tod0s los enigmas y allí nos encontraremos. Cada miembro de la
sociedad está en el Camino esperando. Lo más probable es que los encuentres
como hospitaleros voluntarios o como guías de alguna iglesia o realizando
alguna tarea que tiene que ver con el Camino… Te reconocerán cuando te vean con
tu cruz y digas la contraseña.
–¡Disculpa la interrupción! –dije
parando de nuevo el vídeo–. ¿Por qué es necesario hacer esta gincana? ¿No puede
el que tiene el último enigma acceder directamente a vuestro secreto?
–No, no puede –me dijo Pedro–.
Como verás ahora en el vídeo, nuestro primer enigma tiene un dibujo y tres
números. Si lo resolvemos nos llevará a un lugar en el que tengo que
encontrarme con alguien que me facilitará otro que me llevará al siguiente y
así sucesivamente. Los tres números indican la página, línea y palabra de un
libro. Solo el gran maestre sabe de qué libro se trata. Lo único que sabemos es
que un gran maestre del siglo XVII decidió depositarlo en la biblioteca del palacio
de Fonseca de Santiago, pensando que eso sería más seguro. Para desvelar el
secreto, es necesario reunir todos las trozos de pergamino y buscar las
palabras codificadas. Se supone que el texto que se forme dirá el lugar en el
que se encuentra el documento que lleva al tesoro y los documentos. Además, han
de estar presentes todos los miembros de la sociedad.
–Entiendo. De esta forma, si
a algún miembro de la sociedad se le ocurriese empezar la búsqueda sin
autorización, no le serviría de mucho porque solo el gran maestre conoce el
libro y, el gran maestre, no puede hacer nada sin tener los papeles recopilados.
¿Y qué tengo yo que ver con esto?
–Lo dice el vídeo hacia el
final. Me recomienda contactar contigo porque eres experto en el Camino y le
inspiraste confianza. Cree que puedes ayudarnos a descifrar los enigmas.
Al final del vídeo, Olga
decía:
Hemos descubierto que hay gente interesada en que el
secreto no salga a la luz y he desaparecido para despistarles, con la
autorización del gran maestre. Te pido que ocupes mi puesto. No creo que
sospechen de ti.
–¿Me permites ver el primer
enigma?
Pedro me entregó un papel con
tres números separados por un guion y un dibujo que consistía en dos círculos. En
el primero de ellos, se veía un caballero con una espada y un escudo y, en el
segundo, había doce manos sobre un libro con una doble cruz. Alrededor de los
dibujos había algo escrito, pero el pergamino estaba deteriorado y, mirando con
una lupa que me prestaron, apenas pude descifrar la palabra “Navarre” y algunas
letras sueltas. Si se viese el lema completo, podría realizarse una búsqueda
por la red, pero no resultaba posible.
–Para una persona escéptica
como yo, esto parece una broma de cámara oculta, pero por respeto a tu madre os
hago una propuesta. En primer lugar, como mañana tengo el día libre, iré al
Archivo de Navarra a investigar. En segundo
lugar, voy a hacer el Camino y quiero salir el martes 9 de julio. Os ayudaré si
venís conmigo andando, al menos desde Pamplona. Si queréis ir en coche,
olvidaros de mí. El equipaje no debe pesar más de seis kilos, así que hay
tiempo de sobra para prepararlo.
–Parece que olvidas un
pequeño detalle: mi silla de ruedas.
–No, no lo olvido. No serías
el primero en hacerlo. De hecho, hay una asociación que se llama “Discamino”
que se encarga de hacer el Camino de Santiago con personas con movilidad
reducida. Si quieres, puedo ponerte en contacto con esa asociación.
–¿Y cómo puedo hacer el
Camino en silla y con un equipaje de seis kilos?
–Hay empresas que, por menos
de 10 euros, se dedican a transportar el equipaje de los peregrinos de albergue
a albergue. Yo creo que lo más bonito es cargar la mochila, que es como llevar
la casa a cuestas, pero entiendo que hay personas que no pueden hacerlo por
enfermedad o lesiones.
Cuando parecía haber disipado
alguna de sus dudas, añadí con intención de salir de su casa:
–Si consigo descifrar el
primer enigma y veo que os entregan el segundo, seguiré con vosotros e
intentaré ayudaros. Si esto es una broma y no hay segundo enigma o no lo
encontráis, seguiré mi Camino, con o sin vosotros. Esto son lentejas. ¿Qué
decidís?
Del mismo modo que me había
llevado a su casa, Amaia tuvo el gesto de devolverme en coche al centro de la
ciudad y pude encontrarme con Xabier Meijide, funcionario del Gobierno de
Navarra, colaborador en Cáritas y también peregrino, con quién me unía una
vieja amistad. Estaba casado con una amiga común llamada Ángela y tenía un hijo,
pero, afortunadamente, tenía una habitación en la que pudo alojarme.
Después de desayunar, le
acompañé al trabajo y me dirigí al Archivo Real y General de Navarra con el
dibujo que tenía que identificar. El archivo se localiza en el antiguo palacio
de los Reyes de Navarra, situado en pleno corazón de las murallas de Pamplona.
Se trata de un edificio construido en el siglo XII que ha sido varias veces
reformado y ampliado. Tras un largo periodo de abandono en los años 70 y 80 del
siglo XX, fue rehabilitado por el famoso arquitecto Rafael Moneo.
Me presenté antes de las nueve
de la mañana, pues quería ver si podía resolver ese acertijo pronto para dar un
paseo por Pamplona que, aunque es una ciudad que conozco bien, siempre me
parece agradable pasear por su centro histórico y sus parques. Para mi
sorpresa, Amaia estaba en la puerta y, al verme, me saludó diciendo:
–¡Buenos días! Me alegra ver
que vienes a investigar sobre ese dibujo.
–Os dije que lo haría.
¿Pensabas que os mentía?
–¡En absoluto! Estaba
convencida de que vendrías. Digo que me alegro porque quería verte y darte
personalmente las gracias por el respeto con el que trataste a Pedro después de
escuchar una historia tan rocambolesca.
–Ya os dije que conocí a su
madre y, además, no me parecía bien rechazar ayuda a quien la pide con buena
voluntad. De todas formas, espero que no te ofendas si te digo que sigo siendo
escéptico acerca de esto.
–¿Te crees que yo no me sorprendí? ¡Por
supuesto que no me ofende! Lo comprendo perfectamente. Pero podías haber
rechazado ayudarnos y sin embargo estás aquí. Si te hubieses negado, creo que
hubiese sido fatal para Pedro.
–¿Qué quieres decir?
–Cuando tuvo el accidente,
además de perder la movilidad de sus piernas perdió su trabajo como policía y
la ilusión por muchas cosas que antes le gustaban. Pese a ser psicóloga, no he
conseguido que vuelva a ser el de antes y he pedido una excedencia para estar
más tiempo con él. Dedica mucha parte de su tiempo a navegar por internet y, si
después de ver que su madre desaparece, le hubieses negado su ayuda, creo que
podría haberse hundido.
–Entiendo. ¿Cómo ha llevado
lo de su madre?
–Mejor de lo que me temía. No
se ha deprimido más, sino que ha sido un revulsivo. Ayer, después de que te fueses,
Olga le envió un mensaje para decirle que estaba bien, pero que no podía
decirle dónde estaba. También le dijo que era fundamental que estuviese animado
y decidido.
Viendo que miraba mi reloj,
Amaia me preguntó:
–No voy a entretenerte más.
¿Tienes alguna idea de por dónde pueden ir los tiros acerca de ese dibujo?
–Los dibujos están en un
marco redondo, así que creo que podría ser un sello o un escudo. El caballero
con una espada y el que el texto esté en latín apunta a que es de época
medieval. Las manos sobre el libro simbolizan claramente un juramento. Podría
pertenecer a alguna sociedad de la época o a algún concejo rebelde. Veré lo que
encuentro ahí dentro. –Sacando de mi cartera una tarjeta de visita, se la
ofrecí diciendo–: Aquí tenéis mi número de móvil. Si os parece, podéis llamarme
hacia las cuatro.
A las cinco de la tarde me
encontraba apoyado en un muro contemplando ciervas plácidamente tumbadas en la
hierba, pavos reales con su bello plumaje extendido y patos y cisnes nadando en
un estanque, además de faisanes y otros animales. Como necesitaban mi ayuda y
debía tomar un autobús de vuelta para Vitoria, me permití citar a Amaia y Pedro
en los jardines de la Taconera, un gran parque céntrico de estilo francés por
el que tengo gran debilidad. Me gustaba su variado repertorio de árboles y
flores, sus esculturas y, sobre todo, su foso, en donde viven animales en
semilibertad. Como si conociesen la importancia que doy a la puntualidad, no me
hicieron esperar un minuto. Pedro fue directo al grano y, tras saludarnos, me preguntó:
–¿Has podido averiguar algo
acerca de ese dibujo?
–Sí, he averiguado algo –respondí
sonriendo misteriosamente–. Y vosotros. ¿Habéis empezado los preparativos para
el viaje?
–¡Por supuesto! Ya tenemos la
vieira y nos hemos sacado la credencial. También quería decirte algo. Mi madre
me ha dicho que lo ideal es improvisar, pero comprenderás que yo estoy obligado
a reservar plaza en los albergues. Espero que nos asesores sobre qué finales de
etapa son los mejores.
–Eso es relativo. A los que
les gusta ver monumentos les recomiendo unos finales y, a los que prefieren
tomarse la tarde para descansar, les sugiero otros finales distintos.
–Otra cosa. Hemos visto que
la gran mayoría de los pueblos del Camino Francés tienen albergue, incluso
pequeñas aldeas. Como peregrino veterano que eres, supongo que nos podrás
informar de cuáles son los mejores –me preguntó Amaia.
–¿Los mejores albergues?
Todos y ninguno.
Al ver que me miraban con
expresión de extrañeza, continué diciendo:
–Eso también es muy relativo.
Para vosotros, los mejores albergues son los que no tienen barreras
arquitectónicas. Para muchos peregrinos, los mejores albergues son los que
dejan usar la cocina. Otros prefieren lo contrario, que les sirvan comidas. Los
hay que prefieren los de las aldeas para desconectar y otros prefieren los de
ciudades y pueblos grandes. Mis favoritos son los que organizan cenas
comunitarias, pero sé de gente a la que no les gustan.
–Sí. Mi madre me ha dicho que
en algunos albergues parroquiales se hacen cenas comunitarias y que los
peregrinos tienen que colaborar haciendo la cena o limpiando y recogiendo los
cacharros.
–Sí, pero también hay cenas
comunitarias en algunos albergues privados. También tenéis albergues que sirven
cenas vegetarianas o ecológicas e incluso albergues llevados por masajistas,
ideales para los que llegan con alguna lesión.
–¿Y los hay con habitaciones
dobles? Lo digo por los ronquidos, aunque también podríamos ir algunos días a
hoteles –dijo Amaia.
–Los hay, pero lo de los
ronquidos se soluciona con tapones para los oídos, que es más barato –respondí
procurando disimular el malestar que me había producido ese comentario y
pensando en el viajecito que me esperaba con esa señorita.
–Otra cosa. Ayer no te
mentimos, pero tampoco te contamos todo, porque queríamos esperar tu reacción.
El enigma que te entregamos no es el primero de la cadena, sino el tercero. Mi
madre tenía el primer enigma y se hizo con el segundo. Además del vídeo, me
envió un diario de los cinco días previos a su desaparición, en el que cuenta
cómo se enteró de que hay gente interesada en que fracasemos. Lo he traído por
si quieres leerlo.
–Se agradece. Así me
entretengo en el autobús sin mirar el móvil.
–Y, perdona si parezco
impaciente, pero, ¿qué has averiguado de ese dibujo? –me preguntó Pedro.
–He averiguado que se refiere
a un pueblo que está en Navarra, en pleno Camino de Santiago.
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