La Fraternidad del Camino (primeras páginas)




PRÓLOGO


Os Martores es una pequeña aldea de la provincia de Pontevedra, situada a unos 30 kilómetros al sureste de Santiago de Compostela. Sus escasos habitantes conservan con orgullo una capilla paleocristiana del siglo IV y ampliada en el siglo XVIII, situada en un hermoso paraje en un lugar recóndito de difícil acceso.
En la capilla en cuestión no suelen celebrarse misas, pero aquel 3 de julio de 2013 era especial, pues un matrimonio iba a celebrar allí sus bodas de oro. El cura elegido para la ocasión era un hombre meticuloso y quiso dejarlo todo preparado la víspera de la celebración. Una hora antes de empezar la misa, entró en la capilla para cerciorarse de que todo estaba en orden. Tras santiguarse delante del altar se dirigió al sagrario y vio que la puertecilla estaba entreabierta.
–¡No puede ser, estoy seguro de que la dejé cerrada!
Al acercarse más vio que la cerradura había sido forzada. Tras temer que se había producido un robo, suspiró de alivio al observar con satisfacción que estaban en su sitio la patena y el cáliz que debían contener el pan y el vino para la misa. Sin embargo, al tomar estos objetos litúrgicos en sus manos, los soltó horrorizado, dejándolos caer sobre el altar.


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Una historia increíble

La fe mueve montañas. Poco importa que el sepulcro compostelano sea o no el sepulcro del apóstol. Si allí hubieran yacido de verdad los restos de Santiago y la cristiandad lo hubiera ignorado, la fecundidad histórica de tamaña reliquia habría sido nula. Creyeron los peninsulares y creyó la cristiandad y el viento de la fe empujó las velas de la navecilla de Occidente y el auténtico milagro se produjo.
Claudio Sánchez Albornoz: España, un enigma histórico.

Pamplona/Iruña, 4 de julio de 2013

–Para terminar, como dijo el eminente historiador Claudio Sánchez Albornoz, poco importa de quién sean los huesos que están en esa tumba. Lo verdaderamente importante es que el Camino hizo Europa. Doy las gracias por la atención a todos los presentes, os pido disculpas si os he aburrido y reitero mi agradecimiento a la Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Navarra por el honor de invitarme. Es siempre un placer venir a la ciudad natal de mi padre.

 Cuando pronuncié estas palabras, los asistentes que abarrotaban la sala de conferencias del palacio del Condestable, en la que acababa de realizar la presentación de un libro mío sobre historia y leyendas del Camino de Santiago, aplaudieron calurosamente mi intervención. La mayor parte del público estaba formado por peregrinos, como delataban sus camisetas holgadas y sus chancletas, necesarias para refrescar los pies cansados tras haber recorrido varios kilómetros.

Cuando pararon los aplausos, mi buen amigo David, miembro de la Asociación de Amigos del Camino de Navarra, al que, pese a no ser directivo, le habían encomendado presentarme por nuestra amistad personal, encendió el micrófono y, mirando primero a mí y luego al auditorio, dijo:

–El honor es nuestro. A continuación, disponemos de algunos minutos para hacer algunas preguntas a nuestro invitado que, además de profesor de historia, es peregrino y dentro de pocos días va a iniciar su tercer Camino. ¿Alguien quiere realizar alguna pregunta?

Dos de los presentes levantaron la mano. David otorgó la palabra en primer lugar a una joven peregrina de unos 25 años.

–Doctor. Ha dicho que no tiene importancia, pero, como historiador, ¿cree usted realmente que en la tumba que hay en Santiago está enterrado el apóstol?

–¡Muchas gracias por la pregunta! En primer lugar, pido que se me llame por mi nombre y se me tutee por dos motivos. Primero, porque soy joven: tengo 27 años y algunos meses.

–Más de doce –me interrumpió David, provocando algunas risas en parte del público.

–El segundo motivo es que, como ha dicho mi indiscreto anfitrión, soy peregrino y, entre los peregrinos, nos solemos tutear. Respondiendo a tu pregunta, no lo creo. Según Hechos de los Apóstoles, Santiago murió decapitado en Jerusalén entre el año 41 y el 43 de nuestra era. Es muy inverosímil que se trasladase su cuerpo a Hispania para ser enterrado. Además, las fuentes que hablan de ello son medievales, como he dicho en mi charla. Lo más lógico es que fuese enterrado en Jerusalén, pero, como también he dicho, eso no quita ningún sentido a la peregrinación.

A continuación, un hombre de mediana edad dijo:

–¡Buenas tardes! Quizás sea una pregunta tonta o impertinente, pero he escuchado que quien está realmente enterrado en Compostela es un hereje, aunque no recuerdo ahora su nombre. ¿Crees que es verosímil o puede ser uno de tantos bulos que corren?

–¡Muchas gracias! El hombre cuyo nombre no recuerdas se llama Prisciliano. No es una pregunta tonta. Yo diría que es casi imposible. Prisciliano fue decapitado en Alemania a finales del s. IV. Hay una tradición muy fuerte de que sus adeptos trasladaron sus restos a Galicia, en donde siguió teniendo muchos seguidores, pero no hay documentos que hablen acerca de la localización exacta de su tumba. Además, en Galicia tenía que haber mucha gente enterrada. Creo que lo más prudente es pensar que los tres que están enterrados son gente anónima.

Tras unos segundos de silencio, cuando parecía que no iba a haber más preguntas, levantó la mano el mismo hombre que había preguntado por Prisciliano y dijo:

–¿Es posible que el apóstol Santiago viajase a Hispania o solo es una leyenda?

–Es casi imposible. Cuando lo decapitaron, habían pasado unos diez años desde la muerte de Jesús y, además, él era uno de los líderes de esa pequeña comunidad cristiana. Lo lógico es pensar que esos diez años estuvo predicando en Jerusalén o en sus cercanías. Sin embargo, sí viajo muy probablemente a Hispania Pablo de Tarso, aunque eso es otra historia.

–Ahí hay una joven que ha levantado la mano –dijo David.

–No sé si mi pregunta es impertinente, porque no es sobre la historia del Camino. He empezado a peregrinar en Roncesvalles porque quería hacer el Camino completo, pero algunos me han dicho que tenía que haber empezado en Saint Jean Pied de Port. ¿Dónde hay que empezar para hacer el camino completo?

–Muy sencillo. ¿De dónde eres? –le pregunté.

–De Cebreros, un pueblo de la provincia de Ávila.

–Pues, para hacer el Camino completo, tendrías que haber salido de tu pueblo en dirección a Ávila capital por el Camino del Sureste-Levante y seguir hasta la Vía de la Plata. En Medina del Campo tendrías que elegir si tomas la Plata en Benavente o en Zamora. El Camino completo no empieza en Roncesvalles ni en Saint Jean, sino en casa de uno, que es lo que hacían los peregrinos en la Edad Media. Las dos veces que yo he hecho el Camino lo he empezado desde mi casa de Vitoria.

–¿Y pasa por Vitoria el Camino de Santiago? –siguió preguntando aquella joven.

–Sí, está en el Camino Vasco del Interior, que une Irún con el Camino Francés. Tiene dos variantes: una empalma con Santo Domingo de la Calzada pasando por Haro y, la otra, se une con el Camino Francés en Burgos, después de pasar por Miranda y Briviesca. Las dos son muy recomendables. Te diré algo más: ese Camino es más antiguo que el Camino Francés, pues se usaba mucho cuando La Rioja estaba bajo dominio musulmán.

Durante unos minutos, algunos del público me hicieron preguntas sobre Santiago y sobre el Camino. Mi maestro, autor de un libro titulado El arte de dar clases, me inculcó que no es bueno que una conferencia dure más de 40 o 50 minutos, así que me detuve a los 45 minutos para evitar que el público se cansase y dejase de mantener la atención, lo que permitió que pudiesen hacer preguntas sin que los peregrinos, que suelen cenar entre las ocho y las nueve de la tarde para acostarse hacia las diez, tuviesen que mirar el reloj pensando en fugarse.

Cuando cesaron las preguntas, dediqué unos minutos a firmar ejemplares de mi libro y, al vaciarse la sala, me despedí cordialmente de mi amigo David. Al llegar al vestíbulo del palacio del Condestable, un edificio renacentista del siglo XVI ubicado en la calle Mayor de Pamplona, saqué mi teléfono móvil para enviar un mensaje. Sin embargo, antes de que pudiese escribir, me abordó una mujer diciéndome:

–Disculpe, doctor. He disfrutado mucho con su conferencia. Quería felicitarle.

Se trataba de una joven de unos treinta años, de pelo castaño, media melena, más bien alta, delgada y guapa. Me alegró escuchar que le hubiese gustado mi intervención, aunque, al parecer, no lo suficiente como para decidirse a comprar mi libro.

–Muchas gracias, aunque te pido que me llames por mi nombre y me tutees, seas o no peregrina.

–No lo soy, al menos todavía. ¿Tienes unos minutos para acompañarme?

Antes de que pudiese decir nada, sacó una cartera y me mostró una placa. Viendo mi lógica cara de sorpresa, me dijo:

–Tranquilo, no estás detenido. Me llamo Amaia Izquierdo y soy policía local. Quería robarte unos minutos para pedirte ayuda como experto, si no tienes inconveniente. Es un asunto muy grave.

Sin salir de mi asombro, no me negué. Tras seguirla en silencio durante unos cinco minutos, me pidió que montase en su Renault Laguna y me llevó al garaje de un edificio en las afueras de Pamplona. Montamos en el ascensor y me llevó a un segundo piso. Llamó al timbre y nos abrió la puerta un joven de, aproximadamente, su misma edad, sentado en una silla de ruedas. Era moreno, de pelo corto y fornido. Al verme me tendió su mano derecha diciéndome:

–¡Doctor Esnaola, supongo! Perdone que no me levante.

–Te presento a Pedro, mi marido –me dijo Amaia Izquierdo antes de que yo pudiese responderle. Dirigiéndose a su pareja, le dijo–: Sí, es él. Y parece que no le gusta que le traten de usted.

Después, me hicieron pasar a un espacioso salón y se me invitó a sentarme en el sofá. Frente a mí, tenía un mueble con televisor, algunos libros y una foto de su boda, en la que ambos aparecían de pie. Parecía evidente que no debía llevar mucho tiempo usando la silla de ruedas.

–¿Quieres tomar algo?

–¡No, gracias! Tu mujer me ha dicho que necesitáis mi ayuda y que no estoy detenido. ¿En qué puedo ayudaros?

–Es un asunto complicado y difícil de creer. Aunque soy psicóloga además de policía, entendería que pienses que estamos locos. Nos ha recomendado que acudamos a ti su madre. Os conocisteis haciendo el Camino. Se llama Olga.

Me enseñó una foto en la que aparecían ambos con una mujer morena y de mediana estatura que no me costó reconocer. Era una mujer muy guapa para su edad y, viéndola, uno pensaría que su hijo tendría que ser más joven.

–¡Claro que la recuerdo! Fue el pasado verano. Estaba en muy buena forma y sabía mucho sobre el Camino, que lo había hecho más de veinte veces –Mirando a Pedro le dije–: Estaba muy orgullosa de ti. Le di mi tarjeta de visita confiando en que contactaríamos por correo electrónico o por Facebook, pero no he vuelto a tener contacto con ella.

–Lo sabemos –siguió diciendo Amaia–, pero nunca tiró tu tarjeta. Ahora ha desaparecido. Por eso necesitamos tu ayuda.

–¿Desaparecido? –pregunté en tono alarmado.

–Así es. Y creemos que puedes contribuir a que mi madre aparezca.

–¿Y cómo? Soy profesor, no detective. Que una policía me pida ayuda para encontrar a una persona desaparecida a la que apenas conozco me parece kafkiano.

–No es eso. Ya te hemos dicho que es complicado y que puede parecer una locura. Verás. Hace una semana mi madre nos dijo que iba a tomarse unas breves vacaciones y, dos días después de irse, encontré en el buzón un sobre sin sellar a mi nombre. Lo abrí y dentro había un dibujo en un trozo de pergamino, un DVD y un colgante con un crucifijo. Lo mejor será que lo veamos. Tienes derecho a pensar que somos una familia de locos, pero queremos al menos que no digas nada a nadie de lo que vas a ver.

–Tienes mi palabra. Prometo no decir nada a nadie.

Pedro encendió el DVD y puso un vídeo en el que salía Olga hablando. Sus primeras palabras eran:

Hola Pedro. Estás viendo este vídeo porque he desaparecido voluntariamente. Estoy bien y espero volver a verte pronto. No te lo he dicho antes porque debía mantener un secreto que ha llegado el momento de desvelarte.

Hace tiempo que tienes interés por los templarios. Sobre ellos se han escrito muchas tonterías, pero hay algo que sí es cierto: disponían de grandes riquezas y, lo que es más importante, descubrieron un conjunto de documentos cuya importancia puede ser superior a la de los famosos manuscritos del Mar Muerto.

En contra de lo que dicen algunos, su detención y proceso no tuvo nada de misterioso. Fue cosa del rey de Francia Felipe IV el Hermoso, que lo hizo para apoderarse de su tesoro. Lo único que extraña a los historiadores es que no sospechasen nada del complot que había contra ellos, pero eso no es del todo exacto. Uno de sus comendadores tuvo sospechas por el ambiente que se estaba creando en su contra, pero sus superiores no lo tomaron en serio, así que, por su cuenta, se las ingenió para poner a salvo los documentos secretos y, quizás, parte de las riquezas, en un lugar del Camino de Santiago y, como no tenía hijos por ser monje, comunicó el secreto a su hermano, que no formaba parte de la Orden del Temple.

 Ese caballero realizó un documento, tal vez un mapa, diciendo dónde se encuentra ese tesoro de documentos y, quizás, también de oro. No quiso decir a nadie el lugar en el que lo escondió. Lo que hizo fue crear varios enigmas para resolver y, como los templarios se dedicaban a custodiar peregrinos, decidió repartirlos en el Camino de Santiago, de modo que uno llevase a otro. De esta forma, no se puede acceder al documento sin haber encontrado y descifrado otros enigmas.

Después, reclutó a personas de su confianza y creó una sociedad secreta que llamó La Fraternidad del Camino, convirtiéndose en su gran maestre. Cada miembro de esa sociedad debía buscar un sucesor para cuando llegase su fallecimiento, para así perpetuar la existencia de ese secreto, que debía ser desvelado cuando se considerase que la humanidad estaba preparada para ello o cuando la sociedad estuviese en peligro. 

Como habrás adivinado, formo parte de La Fraternidad y tengo que decirte que ha llegado el momento de acceder a ese tesoro. En este sobre te he dejado el primer enigma que debes resolver.

Pedro paró el vídeo y dijo:

–La primera clave debe ser este trozo de pergamino que venía con el DVD. Luego te lo enseño. Tenemos que continuar con la explicación.

–Disculpa que te interrumpa. ¿Me estáis diciendo que, para encontraros tu madre y tú, tienes que realizar una especie de juego de la oca, yendo de casilla a casilla?

–Así es. Ahora se explica cómo funciona la Fraternidad. Lo he visto varias veces –Tendiéndome el mando a distancia añadió–: Si quieres hacer alguna pregunta o comentar algo, puedes parar la reproducción.

El gran maestre que creó de la Fraternidad eligió a personas que no se conocían entre sí, de modo que solo él conocía a todos sus miembros. Cada uno de ellos, debía comunicar al gran maestre quién iba a ser su sucesor en la sociedad, de modo que pudiese mantenerse esta estructura piramidal en el futuro.

–¡Interesante! –dije dando al botón de pausa–. Esto me suena de algo, pero ahora no consigo recordar de qué se trata. De todas formas, imagino que habrá alguna forma de reconocerse en caso de que sea necesario. ¿Me equivoco?

–No, no te equivocas. Esto es lo que viene a continuación.

Para conocernos, llevamos un colgante como el que tienes en el sobre que te he enviado. Es un crucifijo algo atípico, en forma de Y griega. Como no es imposible que alguien ajeno a La Fraternidad lleve un crucifijo similar, utilizamos también una contraseña para reconocernos. Al final del vídeo te digo cuál es.

Cada miembro de La Fraternidad se encarga de custodiar una clave, debiendo acudir una vez al año a comprobar que se encuentra en su escondite.

Se ha decidido que el secreto debe desvelarse entre el 25 de julio y el 15 de agosto de este año. Debes estar en Santiago por esas fechas con tod0s los enigmas y allí nos encontraremos. Cada miembro de la sociedad está en el Camino esperando. Lo más probable es que los encuentres como hospitaleros voluntarios o como guías de alguna iglesia o realizando alguna tarea que tiene que ver con el Camino… Te reconocerán cuando te vean con tu cruz y digas la contraseña.

–¡Disculpa la interrupción! –dije parando de nuevo el vídeo–. ¿Por qué es necesario hacer esta gincana? ¿No puede el que tiene el último enigma acceder directamente a vuestro secreto?

–No, no puede –me dijo Pedro–. Como verás ahora en el vídeo, nuestro primer enigma tiene un dibujo y tres números. Si lo resolvemos nos llevará a un lugar en el que tengo que encontrarme con alguien que me facilitará otro que me llevará al siguiente y así sucesivamente. Los tres números indican la página, línea y palabra de un libro. Solo el gran maestre sabe de qué libro se trata. Lo único que sabemos es que un gran maestre del siglo XVII decidió depositarlo en la biblioteca del palacio de Fonseca de Santiago, pensando que eso sería más seguro. Para desvelar el secreto, es necesario reunir todos las trozos de pergamino y buscar las palabras codificadas. Se supone que el texto que se forme dirá el lugar en el que se encuentra el documento que lleva al tesoro y los documentos. Además, han de estar presentes todos los miembros de la sociedad.

–Entiendo. De esta forma, si a algún miembro de la sociedad se le ocurriese empezar la búsqueda sin autorización, no le serviría de mucho porque solo el gran maestre conoce el libro y, el gran maestre, no puede hacer nada sin tener los papeles recopilados. ¿Y qué tengo yo que ver con esto?

–Lo dice el vídeo hacia el final. Me recomienda contactar contigo porque eres experto en el Camino y le inspiraste confianza. Cree que puedes ayudarnos a descifrar los enigmas.

Al final del vídeo, Olga decía:

Hemos descubierto que hay gente interesada en que el secreto no salga a la luz y he desaparecido para despistarles, con la autorización del gran maestre. Te pido que ocupes mi puesto. No creo que sospechen de ti.

–¿Me permites ver el primer enigma?

Pedro me entregó un papel con tres números separados por un guion y un dibujo que consistía en dos círculos. En el primero de ellos, se veía un caballero con una espada y un escudo y, en el segundo, había doce manos sobre un libro con una doble cruz. Alrededor de los dibujos había algo escrito, pero el pergamino estaba deteriorado y, mirando con una lupa que me prestaron, apenas pude descifrar la palabra “Navarre” y algunas letras sueltas. Si se viese el lema completo, podría realizarse una búsqueda por la red, pero no resultaba posible.

–Para una persona escéptica como yo, esto parece una broma de cámara oculta, pero por respeto a tu madre os hago una propuesta. En primer lugar, como mañana tengo el día libre, iré al Archivo de Navarra a investigar. En segundo lugar, voy a hacer el Camino y quiero salir el martes 9 de julio. Os ayudaré si venís conmigo andando, al menos desde Pamplona. Si queréis ir en coche, olvidaros de mí. El equipaje no debe pesar más de seis kilos, así que hay tiempo de sobra para prepararlo.

–Parece que olvidas un pequeño detalle: mi silla de ruedas.

–No, no lo olvido. No serías el primero en hacerlo. De hecho, hay una asociación que se llama “Discamino” que se encarga de hacer el Camino de Santiago con personas con movilidad reducida. Si quieres, puedo ponerte en contacto con esa asociación.

–¿Y cómo puedo hacer el Camino en silla y con un equipaje de seis kilos?

–Hay empresas que, por menos de 10 euros, se dedican a transportar el equipaje de los peregrinos de albergue a albergue. Yo creo que lo más bonito es cargar la mochila, que es como llevar la casa a cuestas, pero entiendo que hay personas que no pueden hacerlo por enfermedad o lesiones.

Cuando parecía haber disipado alguna de sus dudas, añadí con intención de salir de su casa:

–Si consigo descifrar el primer enigma y veo que os entregan el segundo, seguiré con vosotros e intentaré ayudaros. Si esto es una broma y no hay segundo enigma o no lo encontráis, seguiré mi Camino, con o sin vosotros. Esto son lentejas. ¿Qué decidís?

 

Del mismo modo que me había llevado a su casa, Amaia tuvo el gesto de devolverme en coche al centro de la ciudad y pude encontrarme con Xabier Meijide, funcionario del Gobierno de Navarra, colaborador en Cáritas y también peregrino, con quién me unía una vieja amistad. Estaba casado con una amiga común llamada Ángela y tenía un hijo, pero, afortunadamente, tenía una habitación en la que pudo alojarme.

Después de desayunar, le acompañé al trabajo y me dirigí al Archivo Real y General de Navarra con el dibujo que tenía que identificar. El archivo se localiza en el antiguo palacio de los Reyes de Navarra, situado en pleno corazón de las murallas de Pamplona. Se trata de un edificio construido en el siglo XII que ha sido varias veces reformado y ampliado. Tras un largo periodo de abandono en los años 70 y 80 del siglo XX, fue rehabilitado por el famoso arquitecto Rafael Moneo.

Me presenté antes de las nueve de la mañana, pues quería ver si podía resolver ese acertijo pronto para dar un paseo por Pamplona que, aunque es una ciudad que conozco bien, siempre me parece agradable pasear por su centro histórico y sus parques. Para mi sorpresa, Amaia estaba en la puerta y, al verme, me saludó diciendo:

–¡Buenos días! Me alegra ver que vienes a investigar sobre ese dibujo.

–Os dije que lo haría. ¿Pensabas que os mentía?

–¡En absoluto! Estaba convencida de que vendrías. Digo que me alegro porque quería verte y darte personalmente las gracias por el respeto con el que trataste a Pedro después de escuchar una historia tan rocambolesca.

–Ya os dije que conocí a su madre y, además, no me parecía bien rechazar ayuda a quien la pide con buena voluntad. De todas formas, espero que no te ofendas si te digo que sigo siendo escéptico acerca de esto.

 –¿Te crees que yo no me sorprendí? ¡Por supuesto que no me ofende! Lo comprendo perfectamente. Pero podías haber rechazado ayudarnos y sin embargo estás aquí. Si te hubieses negado, creo que hubiese sido fatal para Pedro.

–¿Qué quieres decir?

–Cuando tuvo el accidente, además de perder la movilidad de sus piernas perdió su trabajo como policía y la ilusión por muchas cosas que antes le gustaban. Pese a ser psicóloga, no he conseguido que vuelva a ser el de antes y he pedido una excedencia para estar más tiempo con él. Dedica mucha parte de su tiempo a navegar por internet y, si después de ver que su madre desaparece, le hubieses negado su ayuda, creo que podría haberse hundido.

–Entiendo. ¿Cómo ha llevado lo de su madre?

–Mejor de lo que me temía. No se ha deprimido más, sino que ha sido un revulsivo. Ayer, después de que te fueses, Olga le envió un mensaje para decirle que estaba bien, pero que no podía decirle dónde estaba. También le dijo que era fundamental que estuviese animado y decidido.

Viendo que miraba mi reloj, Amaia me preguntó:

–No voy a entretenerte más. ¿Tienes alguna idea de por dónde pueden ir los tiros acerca de ese dibujo?

–Los dibujos están en un marco redondo, así que creo que podría ser un sello o un escudo. El caballero con una espada y el que el texto esté en latín apunta a que es de época medieval. Las manos sobre el libro simbolizan claramente un juramento. Podría pertenecer a alguna sociedad de la época o a algún concejo rebelde. Veré lo que encuentro ahí dentro. –Sacando de mi cartera una tarjeta de visita, se la ofrecí diciendo–: Aquí tenéis mi número de móvil. Si os parece, podéis llamarme hacia las cuatro.

 

A las cinco de la tarde me encontraba apoyado en un muro contemplando ciervas plácidamente tumbadas en la hierba, pavos reales con su bello plumaje extendido y patos y cisnes nadando en un estanque, además de faisanes y otros animales. Como necesitaban mi ayuda y debía tomar un autobús de vuelta para Vitoria, me permití citar a Amaia y Pedro en los jardines de la Taconera, un gran parque céntrico de estilo francés por el que tengo gran debilidad. Me gustaba su variado repertorio de árboles y flores, sus esculturas y, sobre todo, su foso, en donde viven animales en semilibertad. Como si conociesen la importancia que doy a la puntualidad, no me hicieron esperar un minuto. Pedro fue directo al grano y, tras saludarnos, me preguntó:

–¿Has podido averiguar algo acerca de ese dibujo?

–Sí, he averiguado algo –respondí sonriendo misteriosamente–. Y vosotros. ¿Habéis empezado los preparativos para el viaje?

–¡Por supuesto! Ya tenemos la vieira y nos hemos sacado la credencial. También quería decirte algo. Mi madre me ha dicho que lo ideal es improvisar, pero comprenderás que yo estoy obligado a reservar plaza en los albergues. Espero que nos asesores sobre qué finales de etapa son los mejores.

–Eso es relativo. A los que les gusta ver monumentos les recomiendo unos finales y, a los que prefieren tomarse la tarde para descansar, les sugiero otros finales distintos.

–Otra cosa. Hemos visto que la gran mayoría de los pueblos del Camino Francés tienen albergue, incluso pequeñas aldeas. Como peregrino veterano que eres, supongo que nos podrás informar de cuáles son los mejores –me preguntó Amaia.

–¿Los mejores albergues? Todos y ninguno.

Al ver que me miraban con expresión de extrañeza, continué diciendo:

–Eso también es muy relativo. Para vosotros, los mejores albergues son los que no tienen barreras arquitectónicas. Para muchos peregrinos, los mejores albergues son los que dejan usar la cocina. Otros prefieren lo contrario, que les sirvan comidas. Los hay que prefieren los de las aldeas para desconectar y otros prefieren los de ciudades y pueblos grandes. Mis favoritos son los que organizan cenas comunitarias, pero sé de gente a la que no les gustan.

–Sí. Mi madre me ha dicho que en algunos albergues parroquiales se hacen cenas comunitarias y que los peregrinos tienen que colaborar haciendo la cena o limpiando y recogiendo los cacharros.

–Sí, pero también hay cenas comunitarias en algunos albergues privados. También tenéis albergues que sirven cenas vegetarianas o ecológicas e incluso albergues llevados por masajistas, ideales para los que llegan con alguna lesión.

–¿Y los hay con habitaciones dobles? Lo digo por los ronquidos, aunque también podríamos ir algunos días a hoteles –dijo Amaia.

–Los hay, pero lo de los ronquidos se soluciona con tapones para los oídos, que es más barato –respondí procurando disimular el malestar que me había producido ese comentario y pensando en el viajecito que me esperaba con esa señorita.    

–Otra cosa. Ayer no te mentimos, pero tampoco te contamos todo, porque queríamos esperar tu reacción. El enigma que te entregamos no es el primero de la cadena, sino el tercero. Mi madre tenía el primer enigma y se hizo con el segundo. Además del vídeo, me envió un diario de los cinco días previos a su desaparición, en el que cuenta cómo se enteró de que hay gente interesada en que fracasemos. Lo he traído por si quieres leerlo.

–Se agradece. Así me entretengo en el autobús sin mirar el móvil.

–Y, perdona si parezco impaciente, pero, ¿qué has averiguado de ese dibujo? –me preguntó Pedro.

–He averiguado que se refiere a un pueblo que está en Navarra, en pleno Camino de Santiago.

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